Piscuchas en el desierto

Koki, el menor de mis tíos, le daba forma a la vara de castilla con tanta facilidad que yo a mis 7 u 8 años quedaba fascinado con su habilidad. Koki como a sus 10 0 12 años hacía un montón de piscuchas para vender. Neto mi primo le ayudaba. Yo nunca tuve tanta habilidad, ni siquiera para volar las piscuchas.

El engrudo, el papel de china o crespón, ya no recuerdo de cual era, se mostraba tan chévere en las piscuchas que Koki fabricaba que me encantaba ver como las hacían; y las vendía súper rápido. Un montón de bichos llegaban a comprarlas, tenía su fama el Koki. Allá en las canchas del semillero en Santa Ana, andaban el montón de cipotes elevando piscuchas. Insisto, yo no era tan bueno con la piscucha, ni con el trompo, ni con las chibolas. Pero me gustaba ver a los demás, y medio jugar, aunque siempre saliera perdiendo.

Hoy, más de tres décadas después, recuerdo con tanta alegría el entusiasmo de Koki al hacer las piscuchas, al venderlas, recuerdo su algarabía. Envidio la vida en familia, con la familia extendida.

Anoche intentaba hacer una piscucha, sin vara de castilla, sin nada de lo que en mi bella tierra se hacían. Aquí tuve que ir a una papelería a ver con que la armaba. Unas varitas de madera flexible fue lo más que encontré, papel de china y las instrucciones en el internet para hacer "papalotes".

El mayor de los varones necesitaba llevar un "papalote" a la escuela, a su clase de Ética y Valores, para que no sé. ¡Que buen papá soy!; pero "batallamos" bastante para armar la piscucha. Nos reíamos recordando las historias de cuando yo era cipote, de como interactuaba con mis primos y primas.

Una de las cosas más lindas de mi niñez fue tener a mis primos y primas conmigo, muy cerca, no tenía hermano entonces; mis hermanos eran mis primos. Casi todos crecimos sin papá junto a nosotros. Nos hacíamos compañía, éramos testigos fieles de las travesuras de los demás, de los éxitos y de las tristezas de la familia extendida.

Hoy, con mi papá como uno de mis mejores amigos, vivo fuera de mi país, por un exilio estúpido basado en tener mejores ingresos. Tres de mis hijos tienen quizá una mejor vida que la que yo tuve, al menos en cuanto a comida, escuela y ropa, y otras cuántas cosas más. Pero no estoy seguro si una mejor posición económica compensa la alegría y algarabía de los primos, de la confianza de las tías, de los mimos de las abuelas.

Días como hoy donde me encuentro haciendo piscuchas en el desierto, geográfica y moralmente hablando, la lejanía, la ausencia de los demás miembros de la familia se me hace pesada. Días como hoy me dan ganas de regresarme a El Salvador a jugármela. Sé que la haré de lo que sea me repito constantemente, tratando de convencerme.

Las piscuchas en el desierto vuelan más alto, no hay cables, hay más viento, las piscuchas en el desierto no tienen vara de castilla ni engrudo, tienen palitos de madera y pegamento blanco. Hay unas más chéveres que puedo comprar en Costco u otro lugar. Pero no tienen la fraternidad de los primos, de la familia. No tienen la gracia de volarlas en mi pedacito de tierra, El Salvador.

Hoy extraños a todos y cada uno de los miembros de mi familia. Hoy extraño un poco más a El Salvador, hoy extraño la sopa de cubitos que un día fue mi alimento. Días como hoy cambiaría mis comidas en el mejor restaurante de la ciudad, por esa sopa deliciosa que mi madre cocino con dos cubitos y un tomate. Esa sopa que no me dejo morir de hambre sazonada con el amor de una madre.

Días como hoy, las piscuchas no se elevan en el desierto de mi corazón; días como hoy quisiera que Koki no viviera en Los Angeles, Alex en San Francisco, Oscarito en Suecia, Julio en Holanda, la tía Doris y su familia en Australia, días como hoy no quisiera que mis hermanas y hermanos vivieran en California.

Días como hoy deseo vivir con todos los que amo, allá en mi tierra, donde se que me aguardan con mucho amor las piscuchas que vuelan entre cables y postes, en las canchas, en las calles, pero de esa tierra que es la que me vío nacer.
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